Y la lava llegó, tenía ciertas esperanzas de que no lo hiciera. Pero ha seguido desplazándose, a veces lenta, otras, rápida, engullendo todo a su paso. Llegó a La Laguna, el barrio de mis bisabuelos, de mi abuela y tío-abuelos, de mis tíos, primos y parientes.
Ayer el monstruo se comió la gasolinera y continuó amenazante hacia la plaza donde ya sucumben los centenarios laureles y aguarda expectante la iglesia de San Isidro Labrador, donde di el último adiós a mi abuela en misa. Pocas horas quedan para que atrapen en su negro manto las preciadas viviendas de mi familia, donde solo quedará el recuerdo.
Yo aprecio mucho la memoria, los recuerdos e historia de los antepasados y los lugares. Uno de los proyectos que estaba escribiendo era una novela que rescataba esos recuerdos de mi niñez y las voces y memoria de mis mayores, una novela en la que el protagonista se desenvuelve en La Laguna en torno a unos misterios. Puede que la retome, a modo de homenaje, cuando las coladas se enfríen y el coloso sin nombre se apague.
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